
La noche zamorana volvió a vestirse de recogimiento y fe con motivo de la tradicional Procesión de Ánimas, organizada por la Hermandad Penitencial de Nuestro Señor Jesús de Luz y Vida. Como cada año, el cementerio de San Atilano se convirtió en escenario de uno de los actos más sobrecogedores y simbólicos del calendario religioso de la ciudad, coincidiendo con la festividad de los Fieles Difuntos.
A las 20:15 horas, cuando la oscuridad ya se había adueñado de las calles, el camposanto comenzó a llenarse de devotos, cofrades y vecinos que, en un respetuoso silencio, aguardaban el inicio de la procesión. En el ambiente, un murmullo de oraciones y el tenue parpadeo de las velas encendidas marcaban el tono íntimo de la ceremonia.
La imagen de Jesús de Luz y Vida, portada con solemnidad, presidió el recorrido interior del cementerio. A su paso, las luces de las velas dibujaban sombras danzantes sobre las cruces y lápidas, componiendo una escena de serena belleza. Acompañaba el acto el coro de la Hermandad, cuyas voces, entre rezos y cánticos, guiaban el rezo del Santo Rosario en memoria de los difuntos.

Al término del recorrido, en torno al crucero del cementerio, los fieles se detuvieron para una última oración conjunta. La imagen del Señor, enmarcada por la penumbra y el resplandor de las luces, ofrecía una estampa de paz y consuelo, resumen perfecto del espíritu de la Hermandad: mantener viva la fe incluso en el silencio de la noche y entre las sombras del recuerdo.
Así, una vez más, Zamora demostró que sus tradiciones no solo perduran, sino que siguen siendo un puente entre la memoria y la esperanza, entre la tierra y la luz.







