Pueblos sin alma, con poca vida, pero sin alma. Un recorrido por el callejero de los pueblos de la comarca de los Valles benaventanos en una noche de toque de queda resulta desolador, casi espeluznante. Las luces iluminan a no se sabe quien, ni siquiera a algún que otro gato que podría acampar a sus anchas entre la inmensa nocturnidad, pero no, todo es extraño, incluso más para quienes no duermen.
Esta si que es la estampa de una España vaciada, sin lamentos, hasta el cielo recoge la proyección de cada una de las miradas desde la ventana, como queriendo abrirse ante un incierto futuro.