
La iglesia de Santa María la Mayor de Benavente volvió a llenarse de emoción y esperanza este sábado con la ordenación sacerdotal de Enrique Alonso Silván, un joven benaventano que celebró con alegría y humildad su incorporación al presbiterio de la Diócesis de Zamora. Al finalizar la ceremonia, Enrique pronunció un discurso profundo y sincero, en el que habló de su vocación, de su familia, de la fuerza del amor de Dios y, sobre todo, del recuerdo imborrable de Javier Prieto, el sacerdote fallecido este año y que marcó su camino espiritual.
El nuevo sacerdote comenzó sus palabras con una reflexión sobre la certeza de la fe y el sentido del sacerdocio: “Cuando uno vive con la certeza de que esta frase es verdadera, y más aún en una ordenación sacerdotal donde se expresa con fuerza absoluta, pueden suceder dos cosas: o bien decir simplemente que Dios es lo más, que solo el bien todo tiene sentido y razón, y guardar silencio, o bien relatar cómo esta frase ha sido verdad en mi vida”. Con estas palabras, Enrique marcó el tono de un discurso íntimo, cercano y lleno de gratitud.
Reconoció su propia fragilidad y la grandeza del perdón de Dios, recordando las palabras del Papa Francisco: “Soy un pecador perdonado por Dios”, subrayando que es precisamente en la debilidad donde se descubre la fuerza de la fe: “Es en mi pobreza, en mi vulnerabilidad, donde Dios me dice con mayor verdad: te quiero, doy mi vida por ti, para que tú la des por los demás en mi nombre”.
A lo largo de su intervención, Enrique hizo referencia a su familia, a sus amigos y a quienes lo han acompañado en este camino vocacional. Mencionó con cariño a sus padres, a su abuela Nieves —“que da testimonio diario de que la fuerza de Dios se manifiesta en la fragilidad”— y a su sobrina Marta, a quien definió como un símbolo de vida y esperanza. También tuvo palabras de agradecimiento hacia sus compañeros de seminario, las comunidades donde ha hecho pastoral y los jóvenes que, según dijo, “han animado nuestra vocación cuando parecía que era perder el tiempo”.
Uno de los momentos más emotivos de su discurso llegó al recordar a Javier Prieto, el último sacerdote ordenado en Benavente, cuya figura estuvo muy presente durante toda la celebración. Con voz entrecortada, Enrique confesó: “Es imposible en este día no recordar a Javi, que tanto bien nos ha hecho y siento tan cercano. Mientras uno se desgastó del todo para cuidar y salvar al necesitado, el otro entregó los latidos de su corazón hasta el final, nunca para sí, siempre para los demás. Sé que nos cuida, sé que está con nosotros y sé que algo de lo que yo soy y muchos somos, porque Javi nos ayudó a desarrollarlo, ya está asumido en Dios.”
El sacerdote también destacó cómo la ausencia de Javier ha reforzado su propia vocación y la de otros compañeros: “Su ausencia ha animado mi vocación y la de tantos otros amigos del amigo, a ser más fieles, a querernos más, a valorar los pequeños momentos y a enfrentarnos al mal con valentía y no con palabras bonitas.”
En su mensaje final, Enrique Alonso animó a los fieles a confiar en Dios y a descubrir la presencia de Jesús en la vida cotidiana. “Dios nos ha dicho con absoluta claridad que nos fiemos de él, porque a los que aman a Dios todo les sirve para el bien. No dejéis de rezar por mí y que todos nosotros descubramos que es a Jesús a quien todos buscamos, incluso sin saberlo.” Con estas palabras, el nuevo sacerdote cerró su intervención entre aplausos y emoción generalizada, agradeciendo también al coro “por ayudarnos a rezar y a vivir esta celebración con alegría, misericordia y el amor de un Dios capaz de expresarse en el pan como alimento que sostiene el mundo y amor que ama para siempre”.
El discurso de Enrique Alonso fue un testimonio de fe profunda, cercanía y gratitud. Sus palabras, cargadas de sentimiento, reflejaron no solo el compromiso con su vocación, sino también el valor de la memoria, la amistad y la esperanza en una comunidad que celebró con orgullo este nuevo paso en la vida de uno de sus hijos.






