
La Milla de Tera ha expresado, un año más, su firme apuesta por la defensa de las tradiciones. Como viene siendo habitual, con la entrada del primer día del mes de mayo se instala el mayo, ese muñeco o pelele que viene a representar la entrada de la fertilidad, de la primavera.
La originalidad en La Milla de Tera no tiene parangón, año tras año y, en esta ocasión, los vecinos han decidido que el protagonismo del almanaque anual, representando al mayo, sea el personaje del presidente de los EEUU, Donald Trump, coincidiendo con los 100 días de su discutido mandato a nivel mundial.
Un grupo de vecinos no ha dudado en realizar una recreación del controvertido personaje haciendo uso de la noticia de actualidad, el histórico apagón eléctrico sufrido el lunes y el martes pasado. Precisamente al pueblo de La Milla de Tera, que goza del privilegio de contar con una subestación eléctrica, no regresaba el fluido eléctrico hasta la mañana del martes, es decir casi 24 horas del apagón. De este modo, se pusieron manos a la obra recreando el muñeco representando a Trump portando una clara amenaza: «A que os la vuelvo a apagar», refiriéndose a la energía eléctrica. Eso en un cartel con mensaje amenazante en su mano izquierda, y en su mano derecha portando la característica gorra y una pera de la luz, ese interruptor con mecanismo conmutador de tipo pera que servía para encender y apagar un mismo punto de luz.
La originalidad en La Milla de Tera se hizo presente, un año más, en forma de mayo recreando al personaje de Trump. Y lo hicieron muy madrugadores, a la tarde, antes de la llegada de la noche y de las lluvias, por eso no dudaron en protegerlo con un paraguas.

Un pueblo pionero en la energía eléctrica
Se cumplen ahora 114 años (1911) al convertirse La Milla de Tera en uno de los pueblos pioneros de la provincia en contar con luz eléctrica. Sus vecinos sienten con orgullo cómo su pueblo llegó a ser la envidia porque atrás había quedado la iluminación del candil de petróleo o de las velas de «espelma». La llegada de la luz de don Federico a La Milla de Tera, «no Milla como nos han puesto en las señales de la carretera que además casi ni se ven» señalaba una vecina, vino a suponer toda una envidia en la zona al comprobar cómo se parecía el pueblo a una ciudad. Hasta cantares se dedicaron a este pequeño pueblo entre el cordel sanabrés y la entonces recién construida carretera de Benavente a Mombuey. «La Milla ya no es La Milla, La Milla es una ciudad, quien ha visto por La Milla pasar la electricidad». La luz eléctrica había llegado pocos años antes (1897) a Zamora capital proveniente de una central de generadores movidos por máquinas de vapor en un edificio que fue iglesia en el antiguo convento de San Juan en el barrio de la Horta.
Fue un visionario y emprendedor de Villanueva de Valrojo, don Federico de Vega Vara, quien ya poseía un molino en las aguas del Tera en el término de Val de Santa María y estaba decidido a ampliar su actividad fabril de molienda para lo cual buscaba terrenos propicios al otro lado del río. Los vecinos de La Milla de Tera ofrecieron generosamente parte de sus terrenos en una zona elevada de «La Cuesta» cerca del casco urbano en las inmediaciones del cordel sanabrés y a poca distancia de la carretera recientemente construida. Los arrieros ya intercambiaban sus mercaderías en la casona de La Milla, construida (1882) en el mismo año que Edison inauguraba en Manhattan (Nueva York) la primera planta comercial de electricidad del mundo. La distancia de poco más de tres kilómetros desde el Tera no se trataba de una dificultad insalvable para trasladar la energía hasta La Milla. Precisamente este edificio de arrieros en La Milla fue uno de los primeros beneficiados en contar con energía eléctrica.
Todos a una como se precian los vecinos de La Milla de Tera, «siempre hemos sido muy solidarios y trabajadores» al decir de Ascensión Vega quien junto a un grupo de vecinos aceptaron reunirse en el salón social junto a la iglesia para explicar a este redactor los pormenores de lo que supuso entonces el mayor acontecimiento en el pueblo.
Centenares de robles se talaron del monte «Las Majadas» para instalar el tendido de la línea sorteando los declives montañosos del terreno por la zona de «La Rajabía» entre La Milla y Junquera cruzando el monte de Villar de Farfón hasta llegar al río Tera, hasta el molino en Val de Santa María y que actualmente se encuentra bajo las aguas del embalse del Agavanzal. Los vecinos de La Milla, Francisco Ganado, Arquímedes Blanco, Gerardo Prieto y Agustín Charro Blanco quisieron resaltar las vicisitudes de sus paisanos al instalar los postes para la línea eléctrica. Unos palos de madera «muchos de ellos torcidos» indicó Ascensión Martínez cuyas palabras corroboraron sus convecinas Ascensión Vega, Rosario Blanco y Teresa Santiago. El local cultural de La Milla servía entonces para adentrarse en la intrahistoria local.
La energía gratuita de las aguas del Tera movía las turbinas generando energía que era transportada por tres hilos de cobre hasta La Cuesta en La Milla donde se instaló un transformador «que la verdad yo ni sé cómo daba luz eso», advertía el vecino Pedro Ganado ex-trabajador de Fenosa.
A lomos de sus caballos dos vecinos de Villar, Eugenio y Gabriel, se encargaban de vigilar la línea para que con el viento las ramas de las encinas no pegasen al tendido y se provocase un apagón del suministro.
Las primeras casas, sólo algunas al principio, entre ellas la casona de arrieros, se permitían poder pagar casi 10 perras gordas y alguna perra chica, o una peseta al mes, por disponer de una bombilla de 15 watios y eso sólo en la cocina. La luz sólo llegaba desde las ocho de la tarde hasta la salida del sol. Pero don Federico quiso agradecer el gesto a los vecinos de La Milla por el ofrecimiento de los terrenos e instalar el tendido desde el río Tera hasta el pueblo, iluminando las calles para lo que instaló 14 bombillas en esquinas estratégicas, «eso… claro sin cobrar al pueblo, ni a la iglesia» donde también le instaló una bombilla, advierten.
Desde lo lejos durante la noche se vislumbraban las nuevas estrellas luminosas que provocaban la envidia de los pueblos cercanos. Pocas casas podían permitirse el lujo de pagar los cien reales y algunos vecinos apostillaban. «¡Ay, don Federico qué caro es!», pero él sin remilgos y ataviado en todo tiempo con su gabardina les decía «detrás vendrá quien bueno me hará».