Segunda etapa de regreso para Discamino y el conductor pirado

La etapa fue agradecida por el fresco que sintieron los ciclistas y que hizo que se cumplieran las previsiones.

El reto sigue en camino. Las hostilidades de algunos conductores italianos siguen in crescendo y poniendo en peligro la integridad física de los ciclistas de Discamino y la llegada a tierras francesas se espera como cuando Colón divisó América. Quedan por delante aún varios kilómetros para avandonar la tierra de la pasta y adentrarse en tierras de Napoleón. Un despiste que les coló en la autovía y una fuerte rampa de 300 metros en el tramo final se han convertido en mera anécdota para dejar atrás el sexto día y la segunda etapa Vetralla-Acquapende. Por cierto Iván vuelve a doblar todo lo que pilla de la fuerza que le pone a cada pedalada «mira q intento disociar los movimientos,que sólo se muevan las piernas, pero nada». Lo mejor es que sea Javier Pitillas quien nos lo cuente.

 

DÍA 6°… «IVÁN, ¿TODOS LOS DE BENAVENTE SOIS IGUAL DE BRUTOS?»
«Hoy hubiera sido el día perfecto de no ser por un par de detalles que, afortunadamente, no llegaron a tener incidencia directa sobre nuestra andadura. Por suerte somos gente pacífica y sabemos dónde estamos y, sobre todo, por qué y para qué, así que… aquí paz y allá gloria. ¿Recordáis lo que decíamos ayer de los conductores italianos, bueno, de algunos conductores italianos? Pues bien, esta mañana enfilamos por la SS-2 dirección San Lorenzo il Nuovo después de reanudar la marcha tras el bocata del ecuador de la etapa. Serían aproximadamente las 10:30. Iván y yo íbamos delante en uno de los triciclos y Chema y Fernando en el otro un poquito más atrás. De pronto empieza a sonar una bocina de coche de modo continuado. No para ni un momento. El conductor debió dejar la mano sobre ella y no parecía tener intención de levantarla. Me vuelvo y veo a Fernando girarse hacia atrás y dar paso al ruidoso conductor, pero el individuo, un tipo con una barba hipster pilotando un Toyota Yaris gris, no hace ademán alguno y lo digo literalmente, ni se inmuta. Sigue presionando la bocina como si le fuera la vida en ello. La carretera viene vacía en el otro sentido de la marcha y los demás coches se van abriendo a la izquierda y le adelantan a él y nos adelantan a nosotros. Ralentizo la marcha y Fernando nos coge y nos adelanta. El tipo continúa agarrado al claxon. Le miró y le invito nuevamente a adelantar. Ninguna reacción. La bocina sigue sonando estridente. Le miro de nuevo y saco el móvil de la riñonera. Hago como si marcara un número, me coloco el teléfono en la oreja y vuelvo a girarme hacia él. La bocina deja de sonar y ese tarado hijo de la gran MERETRIZ empieza a adelantarme. Se pone delante y frena de golpe pero ya contaba con ello y no me pilla de sorpresa. Acelera y vuelve darle al claxon cuando alcanza a Chema y a Fernando. Les adelanta y vuelve a clavar el coche pero finalmente acelera y se va. ¿Qué le pasaría a ese tío por la cabeza al vernos? Me consuela saber que a todo cerdo le llega su San Martín.
Pero vamos con el título de la crónica. Esa pregunta se la he hecho a Iván después de que doblara por completo el manillar por tercera vez durante la jornada (ayer también lo dobló en dos ocasiones) (en una de las fotos se puede ver cómo lo deja, casi completamente pegado a la cadera). Y no sólo eso. El sillín y el respaldo los gira casi media docena de veces a lo largo de una etapa. Llevamos una pelea de órdago cada día para tratar de lograr el control corporal necesario para que no sucedan esas cosas, pero le cuesta mucho disociar los movimientos del tren superior de los del tren inferior. Es muy normal que suceda eso porque le da seguridad ir agarrado como una lapa para evitar los movimientos laterales involuntarios de su tronco provocados por su problema de equilibrio, pero es necesario lograrlo porque de esa forma va a fatigarse menos, va a utilizar las piernas mejor y, sobre todo, porque vamos a lograr que la bici dure más.
– Iván, ¿todos los de Benavente sois igual de brutos? -pregunto.
– Hay alguno que más -responde, y nos partimos de risa.
Hoy el día ha sido casi perfecto. A las 5 estábamos en pie y a las 6:30 pedaleando. Casi daba gusto sentir frío sobre la bici por estos lares. Hemos hecho 68 kms y antes de las 12 estábamos ya en el albergue. En un despiste justo a las puertas de Viterbo nos hemos encontrado dentro de una autovía. Se nos han puesto los pelos como escarpias al darnos cuenta, pero ya no podíamos dar la vuelta. Hemos picado espuelas y nos hemos salido en la primera Uscita (=salida). Han sido 20′ vibrantes de pedaleo a todo meter, cruzando los dedos para no toparnos con ningún kamikaze ni con alguna patrulla de policía. Hemos tenido suerte.
La llegada a Acquapendente nos ha cogido casi por sorpresa y la cuesta que lleva al albergue, un antiguo monasterio en vías de rehabilitación, nos ha quitado el hipo para lo que queda de mes. Una pendiente empedrada de 300 metros con una inclinación de, al menos, el 20%. Hemos intentado subirla pero no ha sido posible. Fernando ha dejado a Chema subido y pedaleando mientras él iba a pie empujando y controlando el triciclo. Yo, directamente, he dejado a Iván sentado en un trozo de hierba y he subido a Rocinante empujando. Al llegar arriba nos ha recibido la monja que está al cargo del albergue/convento y, muy amablemente nos ha invitado a entrar. Estaba buscando las sillas de ruedas para irme con una de ellas a buscar a Iván cuando he visto el cielo abierto al ver llegar la furgo que venía de hacer la compra. Ya no tendría que volver a bajar ni matarme y matar a Iván subiendo semejante animalada.
– ¡¡¡¡Hola!!! ¡¡Menos mal!! Ya estaba sufriendo de pensar en tener que bajar a buscar a Iván.
– ¿Qué? ¿Por qué?
– No me digáis que no habéis visto a Iván en la hierba de la primera curva, donde acaba el asfalto y empiezan las piedras.
– Pues no. Y bajar otra vez con esto es una locura porque para dar la vuelta hay que irse hasta el pueblo.
Y allí que me fui a por mí copiloto. Menos mal que es de Benavente y, por tanto, bruto Bruto BRUTO, así que hemos subido marcha atrás para aprovechar los empujones que da él con las piernas. Un verdadero toro».

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