OPINION: de José Ventura Aporta Barrios (Plataforma Ríos de Aguas Limpias)
Dados como somos a los señalamientos vacuos, hemos dedicado el 14 de marzo como Día Mundial de los ríos. En realidad, y lo sabemos, es una fecha como otra cualquiera que no nos pide pan, esfuerzo ni -equiparándonos a los peces-, memoria alguna ya el día 15.
Dejamos pasar bien muelles y caldeaditos unos días de modorra, y nos plantamos en el día 22 del mismo mes de marzo y, exhibitorios más que comprometidos, fijamos esta fecha como la conmemoración mundial de la lucha en favor del agua. Tal cual. Algunos, con un propósito menos meritorio que irrisorio, agitamos un poquito nuestras conciencias como quien agita una bandera lejos del campo de batalla, a resguardo de las incomodidades del frente; igual, lo hacemos así por acallar nuestra conciencia, puesta en la fecha señalada en una insidiosa clave acusadora, y tratamos de ganar con ello ¡oh gesto heroico de unos pocos minutos de un día! un poco de paz para que nada turbe nuestro sueño y podamos seguir perennemente adormecidos, con nuestras conciencias amordazadas y en el punto exacto de creernos mejores que aquellos que ni siquiera dedican un pensamiento al lamentable estado de salud de nuestros pacientes ríos, pues puede haber ignorancias descomunales y sorderas tales cuales gruesas tapias de adobes.
Tan débiles, los castellanos y los leoneses, hoy no nacemos para cumplir con el espíritu del romance aquel de quienes nos precedieron:
Mis arreos son las armas
mi descanso el batallar
mi cama las duras peñas
mi dormir siempre velar
y con tal espíritu acabaron creando un imperio generador, cosa inconcebible a nuestros actuales arrestos. Tan es así, que nos viene ancho y pesado ponernos a salvar nuestros ríos, a cuyas aguas no les evitamos la descarga de nuestros despojos y miserias y los envenenamos con lo sucio, y con lo feo, que en nuestro inconsciente vivir en ellos excretamos.
Bien se diría que como sociedad no tenemos Dios y desconocemos la compasión hacia su obra creadora; porque, si tuviéramos Dios, no permitiríamos más este sindiós de los vertidos. No tenemos Dios y no tenemos cultura de amor. No tenemos Dios y no percibimos el profundo don de la belleza, a la cual, así, desconocemos. La desconocemos en su esencia divina y pura porque de tan descuidados se nos queda inalcanzable. No tenemos Dios que nos valga y no nos damos cuenta de que la belleza salva al mundo, al individuo y a su alma. Es lo malo de descreer, porque descreyendo no podemos creer en nuestras fuerzas y quedamos débiles e irresolutos: sin fe, sin esperanzas. Con muy poco, o sin nada, ¡ay zamoranos, qué haréis por los ríos! Clama el cielo.
Hoy nos asombran los ucranianos como nos asombrarían el alcalde de Móstoles que declaró la guerra a Napoleón, y los españoles que con él, en todas partes, se alzaron en defensa de lo propio y contra el invasor. Qué hacer cuando nuestra mugre invade hoy nuestros ríos. Nuestros ríos, nuestras aguas, las superficiales y las subterráneas, están invadidas por la contaminación que las matará. No hay en este aserto ni un ápice de ecoprogresía. Es mucho más verdadero y profundo su calado. Es un recordar para masticación de necios y prevenidos lo evidente: somos en un 70% agua. La ingerimos y bebemos a diario; y, como los animales y las plantas, la necesitamos pura.
No hay en esto una pose o un postureo banal y urbanita de progre ecología. Es más grave la cosa y el agricultor y el ganadero, el pescador y el cazador, el excursionista o naturista, y en sentido amplio el amante de la naturaleza, cuando son de ley y buena fe, saben, todos, la importancia de lo dicho. Y reconocen la verdad que, en esto, como en todo, sólo es una: Ríos limpios o ríos sucios.