La séptima etapa Sastrana-Serti Levante, día once desde la partida, era de esas que Discamino temía. Un nombre estaba grabado en cada mente y en cada rincón donde miraba la expedición. En letras bien grandes todos veían Bracco, un puerto de los que da miedo y al que todos tuvieron respeto. Así que Javier Pitillas, Iván, Fernando y Chema se armaron de paciencia y para arriba. La pierna de Iván se va recuperando poco a poco «ya tengo la pierna medio bien. Cuando se rompió el manillar me cambiaron de conductor y al tirar de él me hice daño en el basto interno y lo tengo inflamado pero hoy con Javier Pitillas que también pedalea de narices. No la forcé subiendo el puerto y está perfecta a pesar de la inflación».
DÍA 11°.- EL TEMIDO «PASSO DEL BRACCO»
«Ayer fue un día para recordar porque el cariño que encontramos en la Ospitalità San Antonio de Caniparola fue mucho más de lo que podíamos esperar. Es cierto que en DisCamino tenemos la suerte de tener muchos amigos en muchos sitios y que nos tratan como si fuéramos de la familia en todos ellos, pero encontrar eso en un sitio desconocido y entre gente a la que nunca habíamos visto es algo que nos llena de alegría y gratitud. Un millón de gracias, padre Giovanni, Francesco, Tommaso y el resto de los que colaboraron para que nuestra estancia allí fuera tan memorable.
Esta mañana nos pusimos en pie a las 5 y empezamos a dar pedales a la hora habitual, es decir, 15′ antes de las 7. El tema de la charla del desayuno fue, como no, el Bracco. Según a quien se le pregunte, unos dirán que lo que había era respeto, otros curiosidad y alguno se atreverá a admitir que lo que realmente había era algo de miedo, pero, para ser sincero, creo que lo que de verdad flotaba en el ambiente era un prudente acojone y si no que lo diga la señorita Visconti que hoy ni siquiera se subió a la bici.
La primera parte de los 69 kms ha sido bastante llana y aún así hemos sido muy prudentes con el ritmo, rodando con calma para no gastar más de lo necesario. En un momento dado, igual que sucedió ayer, nos ha adelantado un ciclista que pedaleaba sobre una bici híbrida con ruedas muy finas. Éste, a diferencia del que le precedió, saludó amablemente al rebasarnos. El click del tarado que Iván y yo llevamos dentro se ha accionado como un resorte y casi sin hablarnos, apenas tres palabras, hemos salido a la caza. La contraseña es una simple pregunta: «¿a por él?», y a por él nos fuimos. Tuve que tirarle un poco de la riendas a mi copiloto porque se desbocó nada más oír la frase mágica y se quería poner de 0 a 100 como hacen los Ferraris. Poco a poco le fuimos pillando y, al darle alcance, le devolvimos la cortesía saludando. Su expresión de sorpresa acompañada de una sonrisa hizo que nos quedáramos con él en vez de adelantarle como hicimos ayer con el otro. Fuimos codo con codo bastantes kilómetros durante los cuales intercambiamos información que nos resultó muy útil de cara a lo que nos quedaba de etapa. Dijo llamarse Nazareno y lo hizo con un amago de mueca que me quedé con las ganas de preguntar qué era lo que la motivaba. Diría sin temor a equivocarme que le resulta gracioso su nombre, aunque no sé muy bien por qué, al margen del hecho de que es un nombre harto curioso. Le preguntamos si quería probar el triciclo y nos dio las gracias, pero dijo que le parecía demasiado pequeño para su metro noventa de estatura. Le contestamos que tenemos dos pilotos aún más grandes, Martín y Chema, y que cabían de sobra, pero prefirió no hacerlo. Para mí que le dio un poco de respeto. Nos despedimos en Borghetto di Vara, unos kilómetros antes de iniciar el ascenso al Braccquetto, antesala del Bracco según nos dijo Vito en 2014 cuando lo ascendimos por primera vez con una Copilot.
Y por fin, tras superar al pequeño de la familia, llegó el esperado momento. Las primeras rampas del Bracco le parecieron a Iván muy poca cosa, tan poca que se atrevió a decir que eso no iba a ser nada para él y que ni siquiera iba a molestarse en tomarse el gel que había preparado en la riñonera para darse un chute de glucosa cuando se quedara sin gasolina. 30 minutos más tarde seguíamos subiendo y la pendiente, sin llegar a ser realmente desorbitada, iba creciendo paulatinamente. Cuando las curvas eran ya de 180° empezó a preguntar si faltaba mucho para llegar arriba. Al pasar por Matarrana creyó que ya era el final del puerto y se llevó tremenda decepción al ver que no era así. Después de eso, detrás de cada curva deseaba ver el cartel del alto y al final me recordaba a cuando mis hijos eran pequeños e íbamos de viaje que no paraban de preguntar a cada rato aquello de «¿FALTA POCO?» La alegría que nos llevamos al llegar arriba fue inmensa, primero por llegar y segundo por haberlo hecho superando las molestias que Iván venía arrastrando en la pierna y cadera. De hecho dijo que apenas le molestó, sólo un poco en la parte final.
Fernando y Chema (José María) llegaron un poco más tarde, los dos reventados; Chema porque dijo que era el puerto más duro que jamás había subido y Nando porque la cadera y el gemelo lo llevan a mal traer desde hace días. A ver si le aguantan hasta Veintimiglia.
Hoy estamos alojados en un gimnasio, la Palestra Comunale di Pila, que el Comune di Sestri Levante ha puesto amablemente a nuestra disposición. Muchísimas gracias al Comune y a su gente. Les hemos ofrecido nuestras bicis para cualquier persona con diversidad funcional que quiera probarlas, pero no se ha acercado nadie a hacerlo.
Mañana (por hoy) toca Génova».