COMARCA

El tesón del pueblo de Abraveses de Tera es más fuerte que la pandemia

Todos los días un vecino acude hasta la ermita santuario de Nuestra Señora de las Encinas a tocar la campana

No hay un mediodía del año en el que no se escuche el tañido más secular, el del Ángelus, en la vega del río Tera en Abraveses. Ni siquiera la adversa climatología, sea lluvia, nieve o viento, ha logrado silenciar el tin tan de la campana del santuario ermita de Nuestra Señora de las Encinas. Ni siquiera la Guerra Civil. Ha sido con ocasión de una pandemia, en la era de la tecnología, en el siglo XXI, un virus con un nombre de algorítmo, SARS-CoV-2 que provoca la enfermedad COVID-19, el que ha pretendido finiquitar los sones campaniles. Pero ni por esas lo fue en el pasado mes de marzo cuando una decisión gubernamental obligó al confinamiento en las casas de los vecinos. Los más mayores no tienen conocimiento de una situación igual.

Edificio del santuario ermita de la Virgen de las Encinas en Abraveses de Tera

No se podía salir de casa y, como consecuencia, menos aún se podía acudir a la ermita a tocar la campana. Una vez levantado el confinamiento domiciliario, la campiña y caserío de Abraveses recobraron los sonidos más reconocidos en la zona, los del toque del Ángelus.

En esta jornada del Día de los Difuntos, el 2 de noviembre, el vecino de Abraveses de Tera, Diego Bermejo, se apresta a abrir la puerta de la ermita y tocar la campana al rezo del Ángelus. Eso si, una mirada devota al fondo, al camerino donde se asienta la imagen de la Señora, y la cuerda que sujeta el yugo de la campana, sube y baja, provoca el volteo de esta campanilla cuyo sonido está presente todos los mediodías en el Valle que recibió el bautismo de San Pelayo por la denominación de un arroyo vertiente al río Tera.

La imagen de la Virgen presidiendo el retablo mayor

Desde la privilegiada platea en la que se alza el antiguo santuario de la Virgen de las Encinas y que domina el valle se ha venido pregonando desde hace siglos la llegada del mediodía con el toque del Ángelus. Es más que probable que así fuera desde la primera mitad del siglo XI cuando un reducido cenobio fundado por Flaínez hiciese destacar su presencia desde el cerro «los Casares». Un pequeño convento que dio lugar entre los siglos XII y XIII a la ermita y más tarde al santuario dedicado a la Virgen Nuestra Señora de las Encinas. Desde entonces se ha venido tocando la campana. Incluso para que se alzase aún más su tañido y se extendiese por la campiña inmediata y el toque del Ángelus llegase a oidos de los vecinos de Micereces e, incluso, de Santibáñez de Tera o de Santa Croya, se elevó la estructura del edificio. El pequeño templo ganaba superficie entre los siglos XVIII y XIX al igual que sumaba devotos la imagen de la Virgen, de Nuestra Señora de las Encinas.

Hasta los años cincuenta del siglo pasado el encargo de tocar la campana al mediodía recaía en el ermitaño que entonces residía en una humilde casa adosada al templo mariano y que hoy sirve de almacén. Fue entonces cuando en una asamblea de cofrades se acordó que cada día fuese un vecino el encargado «por vela», por turno, del tañido de la campana. El campanil pregonero de las celebraciones marianas y de las tormentas, quedó relegado al toque del Ángelus.

Y desde entonces no hay una jornada en la que no se abran las puertas del templo para tirar de la soga y voltear la campana. Ah! y de paso mirar a la Señora. Eso que no falte, porque hasta los cofrades, todos los vecinos lo son, se negaron hace unos años, con ocasión de numerosos robos que venían sufriendo las iglesias de la zona, a que se instalase un cordel o una cadena en el exterior de la ermita para tocar la campana. Todo ello en aras de poder estar delante de la devota imagen de la Virgen. Aunque sólo fuese por unos instantes. La devoción, el tesón de todo un pueblo pudo más que las posibles gestas de los cacos.

El catafalco o «el túmulo»
Una de las tablas talladas que representa al Infierno
Tres vecinos realizando al mediodía tareas de limpieza en el templo mariano

Este santuario ermita de la Virgen de las Encinas, en Abraveses de Tera, alberga obras de relieve como la imagen vestidera de la Señora y tallas significativas, así como el retablo barroco datado en 1786. No menos importante es el catafalco, «el túmulo» que se hizo a principios del siglo XIX por el maestro ensamblador y carpintero, un tal Guillermo de Benavente. En este túmulo de cuatro cuerpos se describen los novísimos o postrimerías de la vida a la luz del cristiano. Sus tablas talladas refieren, una a la Trinidad y otra al Infierno representado por la boca de un dragón dentado, tres figuras de diablos y dos condenados. El conjunto del catafalco se corona con una escultura que representa a la muerte en forma de esqueleto humano portando una guadaña en el brazo derecho y una azada en el izquierdo.

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