Si algo no puede faltar en una fiesta es una churrería, el lugar de donde sale ese olor característico que atrae los sentidos como un imán. Y de eso sabe bien un churrero de pro, todo un trotamundos al que le salieron los dientes junto a las frutas de sartén. Este es Roberto Caballero, «el Mara» para más señas, perteneciente a la cuarta generación de la casa churrera con orígenes en la localidad palentina de Villarramiel y que durante estos días de la Semana del Toro Enmaromado y hasta el domingo 13 de junio tiene instalado su puesto a la entrada de la zona de los feriantes, en el entorno del recinto del antiguo Mercado de Ganado de Benavente.
Desde sus instalaciones se elaboran churros y porras para todos los benaventanos y foráneos hasta el domingo 13 de junio. Las tripas de esta gran caseta rodante, toda ella mecanizada, se abren por las tardes y la mañana del domingo con el fin de elaborar al más puro estilo tradicional esos churros que satisfacen tantas y tantas bocas ávidas de la mejor degustación. Churros mojados en chocolate o solos, para llevar. «Lo principal es la materia prima, que tenga una buena harina, de buen trigo, agua y sal» define este profesional señalando a una óptima calidad, a la que tiene fuerza, «la que tiene cuerpo y nos suministran directamente desde la fábrica», sigue aseverando a quien le salieron los dientes en la churrería, quien ha dormido de pequeño bajo los mostradores en su periplo por las plazas de las fiestas castellanas y leonesas. Roberto Caballero apostilla la diferencia existente entre un churro y una porra, para el primero es necesaria una harina con más fuerza, en cambio, para la segunda, la masa de las porras debe de ser con una harina más débil». Y esto lo dice quien la sabe distinguir con el tacto, como buen profesional del oficio.
«Teníamos muchas ganas de venir a Benavente, ya que nos sentimos benaventanos de corazón», apostilla destacando el trato recibido por todas partes, Roberto Caballero, el Mara, quien puede presumir de contar con buenos y numerosos amigos debido a su fácil trato y la ilusión que transmite heredada genéticamente de una saga churrera, hijo, nieto y biznieto de churreros. Hace hincapié en aquellos tiempos no demasiado fáciles cuando su abuelo llegaba a Benavente con el carro y las mulas y se instalaba en La Mota. De eso hace 70 años. Más tarde, el abuelo compró una caseta de madera que facturaba en el tren y con el carro se dirigía a la estación para recogerla y trasladarla hasta la Mota donde el sabor y olor a churros dominaban el lugar lleno de gentío.
«Poco a poco se iba evolucionando al comprar un camión Avia, un Seat 600, hasta llegar a la instalación toda ella mecanizada», sigue diciendo el Mara emocionado al recordar los años del oficio de su padre Luis Ángel y su abuelo Andrés. Precisamente su progenitor, natural de Paredes de Nava, fue uno de los más afamados churreros ya que desde muy pequeño llevaba los churros en una cesta casa por casa y la gente le dejaba el dinero a la entrada de la puerta a donde el Mara con una sonrisa e ilusión hacía gala del principal lema de la casa: Una sonrisa y una ilusión en cada puerta. «Ese era el verdadero el Mara, Luis Ángel Caballero», apunta su hijo Roberto con los ojos llenos de emoción señalando, además, que su padre hasta se atrevió a vestirse de luces y ser torero.
Los deseos de acudir a Benavente se han visto complacidos con la generosidad de los clientes que acuden a diario hasta las instalaciones ubicadas en las inmediaciones del colegio Buenos Aires. Todo son parabienes por parte del churrero el Mara elogiando el escenario por sus espacios amplios ante la actual situación sanitaria por la Covid-19. No obstante, apunta a un necesario emplazamiento más cercano al callejero de la ciudad, con la cercanía de la gente, porque como resalta el Mara «desde que entramos hasta que salimos, nos sentimos benaventanos de corazón».
